Lograr que los seres humanos dirijan cabalmente su propio desarrollo es una de las primeras funciones que incumben a la educación; este desarrollo, según Mayor citado por Delors (1996)"debe permitir antes que nada despertar todo el potencial de quien es a la vez protagonista y destinatario último: el individuo, el que vive hoy, pero, además, el que vivirá mañana sobre la tierra (p 91). Ante tal exigencia, el proceso de aprendizaje debe responder a dicha demanda con estrategias innovadoras resultado de las necesidades e intereses de la propia persona. Éstas deben estar direccionadas a despertar y dinamizar todo el caudal de potencialidades del ser humano; generando así, la construcción de aprendizaje desde la proactividad.
Por consiguiente, es aquí donde el juego en el aula de Educación Inicial se realza y cobra un verdadero sentido, porque principalmente resulta poderoso como actividad auxiliar o estrategia en el proceso de aprendizaje; ya que el juego impulsa el desarrollo de las capacidades afectivas, sociales y de comunicación, facilita el intercambio de comunicación fluida y enriquece las relaciones; capacidades que le posibilitan al ser humano construir conocimientos relativos a sí mismo y demás personas, dándoles oportunidades de negociar, ceder, tener iniciativa, colaborar y resolver problemas.
De igual forma con el juego el niño y la niña desarrollan las capacidades cognitivas: observar, comprobar, analizar y experimentar en actividades que les da el acceso a conocer los objetos y leyes que rigen su comportamiento. Asimismo, las capacidades motrices se desarrollan por estimular su actividad física, permitiéndoles conocer y dominar su cuerpo para moverse, situarse y orientarse en el espacio.
Partiendo de esta afirmación el juego debe ser tomado como un proceso total de cultura, es la primera expresión del niño y la niña y por consiguiente la primera asignatura de la vida. Cualquiera cosa que se quiera obtener de un infante se conquistará mejor si se plantea en forma de JUEGO.
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